La nocturnidad en Caracas siempre
ha sido de las más freak que he conocido, la pasión rumbera de este melómano entregado
y, por supuesto, amante del baile, la música en vivo y el trago, me ha
impulsado a jurungar cuanto agujero pachanguero exista en esta ciudad, claro,
siempre con algunas exigencias mínimas, pero ninguna muy quisquillosa. Durante años
fui un acérrimo visitante de, por ejemplo, el Cordon Bleu en Plaza Venezuela y
del Maní es Así en la Av. Solano; pero también visité frecuentemente el Café Rajatabla,
la República de Rockatanga, Espacio, Belle Epoque, Circus bar, Door’s (en todas
sus sedes), el Sarao, la Mosca, La Roneria La Cañada (si ud, me conoce sabe de
mi particular gusto por el ron y el tabaco), todas las tasca de la Candelaria y
Chacao y cualquier “chino” desde Catia hasta Petare, entre otros tugurios.
Debido a las responsabilidades
laborales ha bajado significativamente, a niveles preocupantes siendo honesto,
mi paseo por los habituales lugares del bonche, además, en la actualidad, son
pocos los lugares que me atraen, he vuelto a desarrollar el gusto por el barrio,
en desuso desde hace unos años cuando nos reuníamos amigos, vecinos y
compinches en el “Salón Venezuela” del Nuevo Prado en mi Cementerio querido,
barrio inmenso al sur de Caracas que me vio nacer y crecer. El “Salón Venezuela”
no era un local, sino una esquina, capaz de crecer dependiendo de la cantidad de gente que allí nos
agrupáramos (a veces tomábamos toda la cuadra) para degustar la bebida
espirituosa que apareciera, cuando no, la siempre fiel “caja de frías”.
El fallecido 2012, me dejo, en
aquello de fiestas y pachangas alguna reflexión, sobre todo en el diciembre
reciente. Siendo el fin del año y post-elecciones del 16D, me di el gusto de
volver a asomarme a la nocturnidad caraqueña, cervezas iban y venían, rones de
todas la edades; ahora sin tabaco, por aquello de la prohibición; continuando
con el cuento y recién hecha la queja, en este asunto de la bebienda y la
bailanta pues a uno la vejiga le pide tiempo para retirarse unos segundos al pipiroom, ¿cuánto tiempo invierte un
hombre en ir a miccionar?, arte milenario nada complicado.
La angustia de ir al baño y que
eso significara toda una logística, estaba destinado solo para las chicas, pero
para mi sorpresa ahora la cola de los hombres siempre está más larga y además corre
más lento; y eso no sucede solo en un lugar, es decir, no es culpa del baño, ni
del establecimiento, ni los visitantes de un local especifico, es una situación
que se repite en cualquier santuario de la rumba nocturna. Acucioso y lejos de
estarme asomando a ver que hace cada fulano con su extremidad urinaria, observo
que todos salen del baño sacudiéndose la nariz, en lugar de arreglarse el “guevo”,
entonces o mean por la nariz o no estaban orinando un coño. No, los hijos de
puta usan el baño para meterse perico, y claro, cómo no va a haber semejante
cola, si entre que entran al baño, sacan la bolsa, buscan una tarjeta (aun usan
la tarjeta ¿no?), meten la esquinita, jalan pa’dentro, se escoñetan cincuenta mil
neuronas y guardan todo aquello, el pajuo que lo que quiere es orinar se
retuerce a su suerte de 8vo en la cola para acceder al cuarto urinal.
Amigo periquero usted está en su
soberano derecho de escoñetarse la parte del cuerpo que más le plazca, pero mi
vejiga es fundamental para yo poder seguir jodiendomela a punta de alcohol.
Sean un poco mejores ciudadanos, por favor, polvéense la nariz debajo de la
mesa, dejen el baño para los meones. En su defecto señores propietarios de
locales nocturnos, construyan un tercer baño, así conviviremos damas,
caballeros y periqueros y estaremos todos contentos, piénsenlo, estos últimos no
necesitan urinario, ni poceta.
Por VSS.-
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