domingo, 10 de febrero de 2013

LA NECESIDAD DE UN TERCER BAÑO



La nocturnidad en Caracas siempre ha sido de las más freak que he conocido, la pasión rumbera de este melómano entregado y, por supuesto, amante del baile, la música en vivo y el trago, me ha impulsado a jurungar cuanto agujero pachanguero exista en esta ciudad, claro, siempre con algunas exigencias mínimas, pero ninguna muy quisquillosa. Durante años fui un acérrimo visitante de, por ejemplo, el Cordon Bleu en Plaza Venezuela y del Maní es Así en la Av. Solano; pero también visité frecuentemente el Café Rajatabla, la República de Rockatanga, Espacio, Belle Epoque, Circus bar, Door’s (en todas sus sedes), el Sarao, la Mosca, La Roneria La Cañada (si ud, me conoce sabe de mi particular gusto por el ron y el tabaco), todas las tasca de la Candelaria y Chacao y cualquier “chino” desde Catia hasta Petare, entre otros tugurios.

Debido a las responsabilidades laborales ha bajado significativamente, a niveles preocupantes siendo honesto, mi paseo por los habituales lugares del bonche, además, en la actualidad, son pocos los lugares que me atraen, he vuelto a desarrollar el gusto por el barrio, en desuso desde hace unos años cuando nos reuníamos amigos, vecinos y compinches en el “Salón Venezuela” del Nuevo Prado en mi Cementerio querido, barrio inmenso al sur de Caracas que me vio nacer y crecer. El “Salón Venezuela” no era un local, sino una esquina, capaz de crecer  dependiendo de la cantidad de gente que allí nos agrupáramos (a veces tomábamos toda la cuadra) para degustar la bebida espirituosa que apareciera, cuando no, la siempre fiel “caja de frías”.

El fallecido 2012, me dejo, en aquello de fiestas y pachangas alguna reflexión, sobre todo en el diciembre reciente. Siendo el fin del año y post-elecciones del 16D, me di el gusto de volver a asomarme a la nocturnidad caraqueña, cervezas iban y venían, rones de todas la edades; ahora sin tabaco, por aquello de la prohibición; continuando con el cuento y recién hecha la queja, en este asunto de la bebienda y la bailanta pues a uno la vejiga le pide tiempo para retirarse unos segundos al pipiroom, ¿cuánto tiempo invierte un hombre en ir a miccionar?, arte milenario nada complicado.

La angustia de ir al baño y que eso significara toda una logística, estaba destinado solo para las chicas, pero para mi sorpresa ahora la cola de los hombres siempre está más larga y además corre más lento; y eso no sucede solo en un lugar, es decir, no es culpa del baño, ni del establecimiento, ni los visitantes de un local especifico, es una situación que se repite en cualquier santuario de la rumba nocturna. Acucioso y lejos de estarme asomando a ver que hace cada fulano con su extremidad urinaria, observo que todos salen del baño sacudiéndose la nariz, en lugar de arreglarse el “guevo”, entonces o mean por la nariz o no estaban orinando un coño. No, los hijos de puta usan el baño para meterse perico, y claro, cómo no va a haber semejante cola, si entre que entran al baño, sacan la bolsa, buscan una tarjeta (aun usan la tarjeta ¿no?), meten la esquinita, jalan pa’dentro, se escoñetan cincuenta mil neuronas y guardan todo aquello, el pajuo que lo que quiere es orinar se retuerce a su suerte de 8vo en la cola para acceder al cuarto urinal.

Amigo periquero usted está en su soberano derecho de escoñetarse la parte del cuerpo que más le plazca, pero mi vejiga es fundamental para yo poder seguir jodiendomela a punta de alcohol. Sean un poco mejores ciudadanos, por favor, polvéense la nariz debajo de la mesa, dejen el baño para los meones. En su defecto señores propietarios de locales nocturnos, construyan un tercer baño, así conviviremos damas, caballeros y periqueros y estaremos todos contentos, piénsenlo, estos últimos no necesitan urinario, ni poceta. 

Por VSS.-