Nuestro cine crece y madura de la
mano de un Estado que financia total, o parcialmente, cada película sin importar
que con ello también se consoliden creadores y actores pertenecientes al
stablishment cinematográfico que se opone abiertamente al proyecto del
gobierno. ¿Muestra de democracia o exceso de “bondad”?
¡El parto!
Dicen que el cine venezolano
nació un 28 de enero de 1897, pero le tocó una infancia jodida: no fue sino
hasta 1973 que el Estado decidió fomentar la cinematografía nacional, dejándose
llevar por la euforia del llamado “boom petrolero”. Sin embargo, cuando vio que
la cosa no era tan rentable, lo primero que mandó al carajo fue la “cultura”. Y
colorín colorado: poco o nada nos duró la magia del 77, cuando por fin logramos
realizar 29 películas en un año, nos convertimos en el tercer productor de
América Latina y hasta nos batimos un champú estrenando El pez que fuma de
Chalbaud, trayéndonos uno que otro galardón a casa. Luego, entramos a un oscuro
túnel donde pocas veces se asomaba la luz: el récord de taquilla de la película
Homicidio culposo de César Bolívar, que alcanzó la cifra de 1.335.085
espectadores (1984); los 19.189.350 bolívares recaudados por Macu, la mujer del
policía (1987); el decreto presidencial que dio origen a la Fundación
Cinemateca Nacional (1990); la primera Ley de Cinematografía Nacional que,
además, estableció la creación del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (1994);
y la puesta en marcha de la Escuela Nacional de Medios Audiovisuales de Mérida
(1998). Hasta saltar al año 2006: el refrescamiento del cine, la inauguración
de la Villa del Cine y esa Red Audiovisual de Salas Comunitarias que parecían
ofrecer un nuevo capítulo. Sí, el cine venezolano había crecido o, al menos,
eso decía su partida de nacimiento y tocaba asumirlo, ¿no? ¡No hay vaina más ladilla
que un viejo haciendo el ridículo!
Punto y aparte
Después de la falta de apoyo, de
las producciones escasas e irregulares, de las películas monotemáticas donde se
estigmatizaba al pueblo, de la victoria de lo foráneo sobre lo nacional, nuestra
historia cinematográfica decidió cambiar de párrafo: en los últimos años nos
hemos deleitado con películas comerciales, filmes autorales, dramas sociales. En
fin, una gran cantidad de producciones que no significaron un bajón en la
calidad. Para ñapa, podemos agregar que una gran cantidad de gente ha ido a ver
las películas (La hora cero y Hermano lograron entrar en la lista de las 25
películas venezolanas más vistas en el país, por ejemplo) y hace apenas unos
días se dio a conocer que 1.904.717 espectadores han acudido a las salas de
cine de toda Venezuela para ver las 11 producciones nacionales estrenadas en lo
que va de año: ¡casi dos millones de personas en tan solo un semestre! Y ahora
es que faltan estrenos: Corpus Christi; Secreto de confesión; La distancia más
larga; Papita, maní, tostón; Hasta que la muerte nos separe. Por eso se espera que
el número de espectadores crezca hasta llegar a los 2.500.00. ¿Les parece poco?
Bueno, quizás, pero antes solo 0,3% del cine visto en Venezuela era nacional y
hoy vamos por 11%. Ese detallito nos posiciona como el país de América Latina
en el que más se ve cine hecho en casa. Ah ¿sí? ¡Verga!, y ¿a qué le debemos el
milagro?
¿Magia divina?
¡Bueno, ya!, ni milagros ni
panfletos. El crecimiento del cine venezolano se debe al apoyo sostenido del
Estado. Listo, no hay para donde agarrar. Es una realidad que se ha hecho
innegable, incluso en los sectores que más se oponen al Gobierno. Ustedes mismos
lo han podido ver: la producción cinematográfica venezolana antes de 2000 era
casi nula, con algunos éxitos, pero intangible en cuanto a cantidad. Y haciendo
tan poquito cine, ¿cómo carajo íbamos a alcanzar el nivel deseado? Tan básico como
eso: mientras más personas (no, no diré “cineastas”) mostrando su mirada, más
oportunidades hay de tener mejores producciones. Por eso, a partir de 2006, se intensificó
increíblemente la cantidad de trabajos escritos y dirigidos en el territorio nacional,
con diferentes estilos e historias que han hecho que el pueblo tenga opciones a
la hora de escoger.
La Villa del Cine y el CNAC se
han encargado de gerenciar (término pa’ aburrido, ¿no?) la actividad cinematográfica
en Venezuela, hasta el punto de formular políticas que estimulen nuestra
industria (sí, es una industria, con todo lo negativo o positivo que eso pueda tener).
Hasta el año pasado la Villa había realizado más de 80 películas. El CNAC ha estado
igual, o más activo, en cuanto a financiamiento, pero además es el encargado
del Laboratorio del Cine y el Audiovisual de Venezuela que, al parecer, vive en
una dictadera de talleres.
Ay, pero ¡Qué crónica tan rosa!
¡Coño, ya va!, denme chance. Yo
sé que ustedes, incrédulos empedernidos, al igual que yo, ya se andan
preguntando: ¿sí?, ¿de verdad esta vaina es así tan de pinga?, mientras
preparan los tiros que podrían darme la sacrosanta sepultura periodística.
Entonces, vamos a adelantar la jugada: ¿cómo se otorgan estos financiamientos?
¿Qué tanto se beneficia el stablishment cinematográfico? ¡El qué! Sí, sí, ya sé
que hay nuevos talentos y se ha estrenado más de una rimbombante ópera prima
(la primera película de tu vida, pues), pero una cosa no anula la otra: en las
altas esferas del cine existe una extraña pero innegable especie de “élite”.
Unos “clanes” dignos de analizar:
El primero es el grupo de José
Ramón Novoa y su esposa Elia K. Schneider, quienes son productores y codirectores,
dependiendo de los roles escogidos, de películas como Sicario, Huelepega, Punto
y raya, Des-autorizados, etc, etc. Además, en el último año se les sumó el hijo
de ambos: Joel Novoa, quien es el director de la película Esclavo de Dios, que
justo ahora está en cartelera. Este grupo es el más poderoso en términos de
producción, pero eso no es todo. Hay otro “clan” merideño donde se encuentra
Karina Gómez, quien dirige el Festival del Cine Venezolano de Mérida, y su
compañero Leonardo Henrique. ¿Qué cuál es la visión política de estos
creadores? Fácil: se oponen acérrimamente al rrrrrégimen. También están otros
grupos como el de Diego Rísquez, Mauricio Siso, etc. Y ese otro donde antes
podíamos mencionar a Chalbaud y al fallecido Rodolfo Santana.
Coño, ¿y por qué?
“Durante mucho tiempo la
industria cinematográfica estuvo sometida a un letargo donde solo algunos
realizadores podían sobrevivir haciendo cine. Sobre todo los que tenían la
posibilidad de presentar y defender proyectos en las comisiones del CNAC. ¿Y
quiénes eran esos? Los que evidentemente tenían mayores posibilidades y podían
pimponearse las responsabilidades. Por ejemplo, familias constituidas por un director
y una productora o un productor y una directora, que se intercambiaban constantemente
los roles, para garantizar que uno pudiese dirigir su película producida por la
otra y viceversa. Eso hacía que construyeran una filmografía sostenible en el
tiempo. No es lo mismo esa realidad a la de una persona recién salida de la
universidad o recién metida en este mundo cinematográfico, enfrentándose solo a
las grandes jaurías”, explica el productor Vladimir Sosa Sarabia quien,
oportunamente, agrega: “Además, el cine es un negocio de la pequeña burguesía y
eso es en Venezuela y en todas partes del mundo. El cine es como un trípode,
tiene tres patas: es arte, es entretenimiento y es negocio. Todo el que hace
una película aspira a ganar plata y esa es una visión burguesa. Los hijos del pueblo
se van por otras manifestaciones artísticas porque estudiar o hacer cine es sumamente
costoso. Sin embargo, en estos tiempos hay un despliegue en cuanto a la formación
audiovisual que ha generado un ejército de realizadores que presenta otro lenguaje,
otra forma de hacer cine”.
Por su parte, el director Luis
Alberto Lamata considera “fundamental que se creen mecanismos que aseguren que
en cualquier entrega del CNAC haya un porcentaje importante de óperas primas
siempre. Yo, en algún momento de mi carrera, cansado, porque constantemente me
rechazaron los proyectos en el CNAC, tomé la decisión de no volver a meter
proyectos: durante cinco años, efectivamente, no lo hice. Estaba cansado de esa
rutina, del esfuerzo de ilusionarte con un proyecto, de presentarlo y encontrarte
con que sencillamente no te lo aprobaban. Por eso me parece interesante que el
Estado asuma directamente la producción de una parte del cine a través de la
Villa del Cine, generando oportunidades laborales”.
¿Y los aires de cambio?
“Yo creo que el CNAC cada vez se
ha democratizado más. Fíjate, hasta hace un par de años aplicaban un sistema de
selección terrible: unos baremos que te hacían acumular puntos en función de la
trayectoria del equipo que tú convocabas para el proyecto. Ese sistema nos
ponía en total desventaja a los nuevos realizadores, pues el currículo de
Gabriela y La Taguara, al lado del de Román Chalbaud o Solveig Hoogesteijn,
lucía bastante precario. Sin embargo, esto ha cambiado en aras de que haya más
oportunidades. El sistema de los baremos ha sido sustituido por el concurso de guiones
presentados con pseudónimos y ahora prela, para la selección, el valor de la
historia por encima del nombre del autor. Para mí eso es un gran logro, así
como el hecho de que las comisiones que estudian el proyecto son conformadas
por representantes del Estado, de los cineastas, de los productores, del Ministerio
de la Cultura e incluso de cineastas internacionales, a fin de que las
decisiones no se tomen a dedo o por amiguismo”, comenta Gabriela Fuentes,
integrante de la productora La Taguara Fílmica.
Algo similar nos dice el cineasta
Carlos Azpúrua: “El CNAC ha dado proyectos a todos de forma plural, abierta y
parcial en términos de porcentaje, aunque en la selección de proyectos,
fundamentalmente, influye el currículo del director, los avances del
cortometraje al largometraje, así como su manejo del lenguaje cinematográfico y
el guión. Fíjate, para el año que viene se esperan 30 películas, la mayoría
financiadas por el CNAC, y son de gente joven”.
La pantallera
¡Coño!, y a todas estas: ¿por qué
usarán siempre al mismo grupo de actores telenoveleros que despotrican
abiertamente de los muchos o pocos logros alcanzados por el Estado? “Porque
garantizan taquilla. Si tú trabajas con actores conocidos, que tienen fans, pues
eso hace que el público prefiera tu película. Muchas veces a la gente no le
interesa la producción ni la trama ni quien la dirigió, pero la van a ver
porque ahí trabaja el ‘fulanito’ de la telenovela ‘tal’. Una película que tiene
en su planta actoral a actores comerciales, que funcionan como gancho, pues tiene
mejor comportamiento en taquilla. Cosa que no pasa con actores desconocidos o
no profesionales, aunque hay excepciones como, por ejemplo, la película Hermano.
Igual, honestamente yo creo que a muchos de nuestros directores les cuesta
arriesgarse y prefieren irse por lo seguro. Para crear una industria de cine
nacional se debe tener una gran plantilla de actores, técnicos y realizadores que
no necesariamente hayan venido de la publicidad o de la telenovela. Pero a veces
pareciera que nuestros mismos realizadores prefieren quedarse en el estado de confort.
El mundo del teatro está lleno de actores desconocidos pero buenos, jóvenes y
comprometidos. ¿Por qué no son tomados en cuenta? Creo que solo la Villa del
Cine ha dado algunos pasos en ese sentido”, agrega Vladimir Sosa.
Otros detalles
“Es verdad, pero eso no es lo
único que tenemos que mirar al pensar en nuestro cine. Por ejemplo: el tema de
las mujeres. Si revisas las películas hechas por el Estado o por los sectores
adversos al Gobierno, te das cuenta de que nuestros personajes femeninos suelen
ser los más estereotipados, menos protagónicos e interesantes del mundo; eso
sí, siempre podrán aportar una escena erótica que apoye al tráiler. Además, creo
que todavía tenemos mucho que revisar sobre la manera como construimos no solo
la imagen de ‘la mujer’, sino también la idea del ‘pueblo’ y del ‘pobre’. Creo
que nos falta preguntarnos muchas cosas como realizadores y realizadoras, más
allá de que si el Estado nos apoya o no, que en lo personal creo que en este
momento Venezuela es uno de los Estados que más apoyo está brindando a su cine.
Debemos buscar el tiempo y la forma para contar nuestros puntos de vista en
formatos más complejos y así atrevernos a recorrer otras tribunas, porque a
veces somos nosotros mismos quienes, por inseguridades o temores, no nos
atrevemos a pasar de la pantalla chica a la pantalla grande, y ese es uno de
los retos: perderle el miedo a nuestras historias ya que, por primera vez,
tenemos un Estado interesado en escucharlas. No tengamos miedo a la crítica,
que es saludable y necesaria para el fortalecimiento individual y colectivo,
para poder constituir una cinematografía que dé cuenta de la riqueza y complejidad
de lo que somos como gente”, agrega Gabriela Fuentes.
Y ahora sí: El verdadero enemigo
“Hay otro problema más grave aún
al que no hemos sabido llegarle: los espacios de exhibición. Seguimos con 90%
de las salas controladas por dos grandes monstruos: Cinex y Cines Unidos, que
exhiben 95% de cine norteamericano con toda la penetración ideológica que eso
implica”, insistió el cineasta Carlos Azpúrua.
Vaya, punto complejo este: “Las
distribuidoras de cine norteamericanas jugaron siempre un papel para que
Venezuela no tuviera una Ley de Cine. Y ahí surge otro punto: los encargados de
la distribución y la exhibición son los mismos. Los dueños de las salas son
también los distribuidores y por eso hasta el reparto de las ganancias es tan
desproporcionado”, agrega Luis Alberto Lamata.
Para finalizar, un Vladimir que
nos eche el cuento puntualito. Ustedes saben, como para saber fijar postura en
la batalla: “El negocio del cine exige que, para llegar a las pantallas, debes
pasar por un distribuidor, es decir, un director o un productor no puede llegar
directamente a las salas y decir ‘Hola, acá esta mi película’. No. Debe haber una
empresa que negocie con las salas. Y en Venezuela las salas de cine son las
exhibidoras y las distribuidoras a la vez. Entonces, Cinex tiene a la
distribuidora Blancica y Cines Unidos tiene a la distribuidora Cines Unidos.
Son los mismos. Se quedan con la mayor parte de las ganancias y hasta le niegan
a otros la posibilidad de exhibir las películas.
Toda película venezolana tiene,
por derecho, dos semanas mínimas de permanencia en las salas y los exhibidores
privados cumplen con esa obligatoriedad pero, ¿qué pasa? Si después de esas dos
semanas la película alcanza un porcentaje específico de espectadores, puede
optar a más tiempo en la cartelera y para los exhibidores eso no es rentable.
¿Por qué? Porque alcanza el porcentaje requerido, pero no llenan totalmente la
sala, como sí podría hacerlo una película gringa. Porque aunque parece que el
negocio de los exhibidores es la película, lo más rentable es la caramelería:
mientras más se llena una sala, más se venden cotufas y refrescos. Listo”.
Por Jessica Dos Santos Jardim
Foto Asdrúbal Briceño