lunes, 7 de octubre de 2013

EL CINE VENEZOLANO SE LA JUEGA

Nuestro cine crece y madura de la mano de un Estado que financia total, o parcialmente, cada película sin importar que con ello también se consoliden creadores y actores pertenecientes al stablishment cinematográfico que se opone abiertamente al proyecto del gobierno. ¿Muestra de democracia o exceso de “bondad”?






¡El parto!

Dicen que el cine venezolano nació un 28 de enero de 1897, pero le tocó una infancia jodida: no fue sino hasta 1973 que el Estado decidió fomentar la cinematografía nacional, dejándose llevar por la euforia del llamado “boom petrolero”. Sin embargo, cuando vio que la cosa no era tan rentable, lo primero que mandó al carajo fue la “cultura”. Y colorín colorado: poco o nada nos duró la magia del 77, cuando por fin logramos realizar 29 películas en un año, nos convertimos en el tercer productor de América Latina y hasta nos batimos un champú estrenando El pez que fuma de Chalbaud, trayéndonos uno que otro galardón a casa. Luego, entramos a un oscuro túnel donde pocas veces se asomaba la luz: el récord de taquilla de la película Homicidio culposo de César Bolívar, que alcanzó la cifra de 1.335.085 espectadores (1984); los 19.189.350 bolívares recaudados por Macu, la mujer del policía (1987); el decreto presidencial que dio origen a la Fundación Cinemateca Nacional (1990); la primera Ley de Cinematografía Nacional que, además, estableció la creación del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (1994); y la puesta en marcha de la Escuela Nacional de Medios Audiovisuales de Mérida (1998). Hasta saltar al año 2006: el refrescamiento del cine, la inauguración de la Villa del Cine y esa Red Audiovisual de Salas Comunitarias que parecían ofrecer un nuevo capítulo. Sí, el cine venezolano había crecido o, al menos, eso decía su partida de nacimiento y tocaba asumirlo, ¿no? ¡No hay vaina más ladilla que un viejo haciendo el ridículo!



Punto y aparte

Después de la falta de apoyo, de las producciones escasas e irregulares, de las películas monotemáticas donde se estigmatizaba al pueblo, de la victoria de lo foráneo sobre lo nacional, nuestra historia cinematográfica decidió cambiar de párrafo: en los últimos años nos hemos deleitado con películas comerciales, filmes autorales, dramas sociales. En fin, una gran cantidad de producciones que no significaron un bajón en la calidad. Para ñapa, podemos agregar que una gran cantidad de gente ha ido a ver las películas (La hora cero y Hermano lograron entrar en la lista de las 25 películas venezolanas más vistas en el país, por ejemplo) y hace apenas unos días se dio a conocer que 1.904.717 espectadores han acudido a las salas de cine de toda Venezuela para ver las 11 producciones nacionales estrenadas en lo que va de año: ¡casi dos millones de personas en tan solo un semestre! Y ahora es que faltan estrenos: Corpus Christi; Secreto de confesión; La distancia más larga; Papita, maní, tostón; Hasta que la muerte nos separe. Por eso se espera que el número de espectadores crezca hasta llegar a los 2.500.00. ¿Les parece poco? Bueno, quizás, pero antes solo 0,3% del cine visto en Venezuela era nacional y hoy vamos por 11%. Ese detallito nos posiciona como el país de América Latina en el que más se ve cine hecho en casa. Ah ¿sí? ¡Verga!, y ¿a qué le debemos el milagro?



¿Magia divina?

¡Bueno, ya!, ni milagros ni panfletos. El crecimiento del cine venezolano se debe al apoyo sostenido del Estado. Listo, no hay para donde agarrar. Es una realidad que se ha hecho innegable, incluso en los sectores que más se oponen al Gobierno. Ustedes mismos lo han podido ver: la producción cinematográfica venezolana antes de 2000 era casi nula, con algunos éxitos, pero intangible en cuanto a cantidad. Y haciendo tan poquito cine, ¿cómo carajo íbamos a alcanzar el nivel deseado? Tan básico como eso: mientras más personas (no, no diré “cineastas”) mostrando su mirada, más oportunidades hay de tener mejores producciones. Por eso, a partir de 2006, se intensificó increíblemente la cantidad de trabajos escritos y dirigidos en el territorio nacional, con diferentes estilos e historias que han hecho que el pueblo tenga opciones a la hora de escoger.


La Villa del Cine y el CNAC se han encargado de gerenciar (término pa’ aburrido, ¿no?) la actividad cinematográfica en Venezuela, hasta el punto de formular políticas que estimulen nuestra industria (sí, es una industria, con todo lo negativo o positivo que eso pueda tener). Hasta el año pasado la Villa había realizado más de 80 películas. El CNAC ha estado igual, o más activo, en cuanto a financiamiento, pero además es el encargado del Laboratorio del Cine y el Audiovisual de Venezuela que, al parecer, vive en una dictadera de talleres.



Ay, pero ¡Qué crónica tan rosa!

¡Coño, ya va!, denme chance. Yo sé que ustedes, incrédulos empedernidos, al igual que yo, ya se andan preguntando: ¿sí?, ¿de verdad esta vaina es así tan de pinga?, mientras preparan los tiros que podrían darme la sacrosanta sepultura periodística. Entonces, vamos a adelantar la jugada: ¿cómo se otorgan estos financiamientos? ¿Qué tanto se beneficia el stablishment cinematográfico? ¡El qué! Sí, sí, ya sé que hay nuevos talentos y se ha estrenado más de una rimbombante ópera prima (la primera película de tu vida, pues), pero una cosa no anula la otra: en las altas esferas del cine existe una extraña pero innegable especie de “élite”. Unos “clanes” dignos de analizar:


El primero es el grupo de José Ramón Novoa y su esposa Elia K. Schneider, quienes son productores y codirectores, dependiendo de los roles escogidos, de películas como Sicario, Huelepega, Punto y raya, Des-autorizados, etc, etc. Además, en el último año se les sumó el hijo de ambos: Joel Novoa, quien es el director de la película Esclavo de Dios, que justo ahora está en cartelera. Este grupo es el más poderoso en términos de producción, pero eso no es todo. Hay otro “clan” merideño donde se encuentra Karina Gómez, quien dirige el Festival del Cine Venezolano de Mérida, y su compañero Leonardo Henrique. ¿Qué cuál es la visión política de estos creadores? Fácil: se oponen acérrimamente al rrrrrégimen. También están otros grupos como el de Diego Rísquez, Mauricio Siso, etc. Y ese otro donde antes podíamos mencionar a Chalbaud y al fallecido Rodolfo Santana.



Coño, ¿y por qué?

“Durante mucho tiempo la industria cinematográfica estuvo sometida a un letargo donde solo algunos realizadores podían sobrevivir haciendo cine. Sobre todo los que tenían la posibilidad de presentar y defender proyectos en las comisiones del CNAC. ¿Y quiénes eran esos? Los que evidentemente tenían mayores posibilidades y podían pimponearse las responsabilidades. Por ejemplo, familias constituidas por un director y una productora o un productor y una directora, que se intercambiaban constantemente los roles, para garantizar que uno pudiese dirigir su película producida por la otra y viceversa. Eso hacía que construyeran una filmografía sostenible en el tiempo. No es lo mismo esa realidad a la de una persona recién salida de la universidad o recién metida en este mundo cinematográfico, enfrentándose solo a las grandes jaurías”, explica el productor Vladimir Sosa Sarabia quien, oportunamente, agrega: “Además, el cine es un negocio de la pequeña burguesía y eso es en Venezuela y en todas partes del mundo. El cine es como un trípode, tiene tres patas: es arte, es entretenimiento y es negocio. Todo el que hace una película aspira a ganar plata y esa es una visión burguesa. Los hijos del pueblo se van por otras manifestaciones artísticas porque estudiar o hacer cine es sumamente costoso. Sin embargo, en estos tiempos hay un despliegue en cuanto a la formación audiovisual que ha generado un ejército de realizadores que presenta otro lenguaje, otra forma de hacer cine”.

Por su parte, el director Luis Alberto Lamata considera “fundamental que se creen mecanismos que aseguren que en cualquier entrega del CNAC haya un porcentaje importante de óperas primas siempre. Yo, en algún momento de mi carrera, cansado, porque constantemente me rechazaron los proyectos en el CNAC, tomé la decisión de no volver a meter proyectos: durante cinco años, efectivamente, no lo hice. Estaba cansado de esa rutina, del esfuerzo de ilusionarte con un proyecto, de presentarlo y encontrarte con que sencillamente no te lo aprobaban. Por eso me parece interesante que el Estado asuma directamente la producción de una parte del cine a través de la Villa del Cine, generando oportunidades laborales”.



¿Y los aires de cambio?

“Yo creo que el CNAC cada vez se ha democratizado más. Fíjate, hasta hace un par de años aplicaban un sistema de selección terrible: unos baremos que te hacían acumular puntos en función de la trayectoria del equipo que tú convocabas para el proyecto. Ese sistema nos ponía en total desventaja a los nuevos realizadores, pues el currículo de Gabriela y La Taguara, al lado del de Román Chalbaud o Solveig Hoogesteijn, lucía bastante precario. Sin embargo, esto ha cambiado en aras de que haya más oportunidades. El sistema de los baremos ha sido sustituido por el concurso de guiones presentados con pseudónimos y ahora prela, para la selección, el valor de la historia por encima del nombre del autor. Para mí eso es un gran logro, así como el hecho de que las comisiones que estudian el proyecto son conformadas por representantes del Estado, de los cineastas, de los productores, del Ministerio de la Cultura e incluso de cineastas internacionales, a fin de que las decisiones no se tomen a dedo o por amiguismo”, comenta Gabriela Fuentes, integrante de la productora La Taguara Fílmica.


Algo similar nos dice el cineasta Carlos Azpúrua: “El CNAC ha dado proyectos a todos de forma plural, abierta y parcial en términos de porcentaje, aunque en la selección de proyectos, fundamentalmente, influye el currículo del director, los avances del cortometraje al largometraje, así como su manejo del lenguaje cinematográfico y el guión. Fíjate, para el año que viene se esperan 30 películas, la mayoría financiadas por el CNAC, y son de gente joven”.



La pantallera

¡Coño!, y a todas estas: ¿por qué usarán siempre al mismo grupo de actores telenoveleros que despotrican abiertamente de los muchos o pocos logros alcanzados por el Estado? “Porque garantizan taquilla. Si tú trabajas con actores conocidos, que tienen fans, pues eso hace que el público prefiera tu película. Muchas veces a la gente no le interesa la producción ni la trama ni quien la dirigió, pero la van a ver porque ahí trabaja el ‘fulanito’ de la telenovela ‘tal’. Una película que tiene en su planta actoral a actores comerciales, que funcionan como gancho, pues tiene mejor comportamiento en taquilla. Cosa que no pasa con actores desconocidos o no profesionales, aunque hay excepciones como, por ejemplo, la película Hermano. Igual, honestamente yo creo que a muchos de nuestros directores les cuesta arriesgarse y prefieren irse por lo seguro. Para crear una industria de cine nacional se debe tener una gran plantilla de actores, técnicos y realizadores que no necesariamente hayan venido de la publicidad o de la telenovela. Pero a veces pareciera que nuestros mismos realizadores prefieren quedarse en el estado de confort. El mundo del teatro está lleno de actores desconocidos pero buenos, jóvenes y comprometidos. ¿Por qué no son tomados en cuenta? Creo que solo la Villa del Cine ha dado algunos pasos en ese sentido”, agrega Vladimir Sosa.



Otros detalles

“Es verdad, pero eso no es lo único que tenemos que mirar al pensar en nuestro cine. Por ejemplo: el tema de las mujeres. Si revisas las películas hechas por el Estado o por los sectores adversos al Gobierno, te das cuenta de que nuestros personajes femeninos suelen ser los más estereotipados, menos protagónicos e interesantes del mundo; eso sí, siempre podrán aportar una escena erótica que apoye al tráiler. Además, creo que todavía tenemos mucho que revisar sobre la manera como construimos no solo la imagen de ‘la mujer’, sino también la idea del ‘pueblo’ y del ‘pobre’. Creo que nos falta preguntarnos muchas cosas como realizadores y realizadoras, más allá de que si el Estado nos apoya o no, que en lo personal creo que en este momento Venezuela es uno de los Estados que más apoyo está brindando a su cine. Debemos buscar el tiempo y la forma para contar nuestros puntos de vista en formatos más complejos y así atrevernos a recorrer otras tribunas, porque a veces somos nosotros mismos quienes, por inseguridades o temores, no nos atrevemos a pasar de la pantalla chica a la pantalla grande, y ese es uno de los retos: perderle el miedo a nuestras historias ya que, por primera vez, tenemos un Estado interesado en escucharlas. No tengamos miedo a la crítica, que es saludable y necesaria para el fortalecimiento individual y colectivo, para poder constituir una cinematografía que dé cuenta de la riqueza y complejidad de lo que somos como gente”, agrega Gabriela Fuentes.



Y ahora sí: El verdadero enemigo

“Hay otro problema más grave aún al que no hemos sabido llegarle: los espacios de exhibición. Seguimos con 90% de las salas controladas por dos grandes monstruos: Cinex y Cines Unidos, que exhiben 95% de cine norteamericano con toda la penetración ideológica que eso implica”, insistió el cineasta Carlos Azpúrua. 


Vaya, punto complejo este: “Las distribuidoras de cine norteamericanas jugaron siempre un papel para que Venezuela no tuviera una Ley de Cine. Y ahí surge otro punto: los encargados de la distribución y la exhibición son los mismos. Los dueños de las salas son también los distribuidores y por eso hasta el reparto de las ganancias es tan desproporcionado”, agrega Luis Alberto Lamata.


Para finalizar, un Vladimir que nos eche el cuento puntualito. Ustedes saben, como para saber fijar postura en la batalla: “El negocio del cine exige que, para llegar a las pantallas, debes pasar por un distribuidor, es decir, un director o un productor no puede llegar directamente a las salas y decir ‘Hola, acá esta mi película’. No. Debe haber una empresa que negocie con las salas. Y en Venezuela las salas de cine son las exhibidoras y las distribuidoras a la vez. Entonces, Cinex tiene a la distribuidora Blancica y Cines Unidos tiene a la distribuidora Cines Unidos. Son los mismos. Se quedan con la mayor parte de las ganancias y hasta le niegan a otros la posibilidad de exhibir las películas.

Toda película venezolana tiene, por derecho, dos semanas mínimas de permanencia en las salas y los exhibidores privados cumplen con esa obligatoriedad pero, ¿qué pasa? Si después de esas dos semanas la película alcanza un porcentaje específico de espectadores, puede optar a más tiempo en la cartelera y para los exhibidores eso no es rentable. ¿Por qué? Porque alcanza el porcentaje requerido, pero no llenan totalmente la sala, como sí podría hacerlo una película gringa. Porque aunque parece que el negocio de los exhibidores es la película, lo más rentable es la caramelería: mientras más se llena una sala, más se venden cotufas y refrescos. Listo”.

Por Jessica Dos Santos Jardim
Foto Asdrúbal Briceño

Tomado de Revista Epale. Domingo 6 de octubre de 2013 (Diario Ciudad Ccs)